lunes, 20 de agosto de 2018

Cuadro nocturno

Cuadro nocturno


A la luz de las velas que hay en el patio de mi hogar, aquí están mi mano izquierda, mis ojos y oídos y mi piel. Todos reunidos en común acuerdo. Gracias a que hay luz en las velas, y en las farolas, distingo también la oscuridad de la noche. Mucha es la fronda que en mi patio nació y vive. Aunque su color es el verde, los límites y contornos de las losas de piedra, de la hierba, de las rugosidades de los árboles y sus hojas sucumben a la confusión de la noche y las tinieblas.

¿Dónde empieza esa sombra y acaba? La forma umbría de allí, ¿es real o es una mentira? ¿Ambas? No lo sé.

Es verano, pero el calor ha dado tregua esta noche. No sopla el viento, aunque sí la brisa que hace temblar a las velas. El frío es muy leve y la calidez de las velas también.

Un rumor de fondo, que no es el viento, sino coches que van y vuelven acortando la distancia hasta sus destinos desconocidos. Y cómo no, el reloj de fondo con su tic tac continuo y perseverantemente paciente, más las melodías en tonalidad menor que mi corazón no deja de cantar, una y otra vez. Nocturna orquesta de ritmo ternario.

Sin poder solucionar que las fronteras entre unas cosas y otras se confundan y engañen a mis sentidos, me retiro de la oscuridad del patio, de la hierba y de las hojas; de la luz de las velas, de su calor y del frío de la brisa. Salgo del musical orquestado por la noche para adentrarme en el coro cordial que me espera en mis sueños y en mi alma. Todo ello, sin ser capaz de abandonar el tono y medio en los acordes de mi vida y el compás a tres pulsos frenéticos del corazón.

Óscar Santos Pradana

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