jueves, 3 de septiembre de 2015

Primera memoria onírica

Como bien indico en las primeras líneas del texto, ocurrió varios años atrás que tuve un sueño, aunque no estoy muy seguro de que lo fuera. Quizá me lo inventé. Lo que importa es que estando a la altura del séptimo en  Pamplona, cuando nevó hacia finales de febrero de 2015, me paré a observar el impoluto paisaje nevado. En ese marco, recordé ese sueño y comencé a escribir.

El título de "memorias oníricas" agrupará una serie de textos basados en sueños que he tenido. No puedo relatar absolutamente todos, entre otras cosas porque nadie es capaz de recordarlos todos, pero sí al menos de los que me acuerdo y que son más interesantes.


Pimera memoria onírica

Miro, y todo está blanco. Intento encontrar el horizonte donde en teoría se separan el cielo y la tierra, pero no lo encuentro, porque el cielo y la tierra están llenos de nieve: blancos.

Hace mucho tiempo tuve un sueño, creo, aunque quizá fuese una imaginación de mi niñez basada en un anuncio de televisión. El tiempo ha difuminado el recuerdo, como la nieve el horizonte. De lo que estoy seguro es que había nieve: todo estaba blanco.
Me despierto junto a mi querida abuela Carmen. Ella continúa plácidamente dormida. Las sábanas eran blancas, y yo, pequeño. Me levanto, aunque es temprano aún. Avanzo por los pasillos, también blancos, pero al ser todavía de noche, la oscuridad matiza ese color con sombras, creando una escala cromática de grises, negros y cómo no, blancos. Llevo puesto un pijama y estoy bien abrigado, pero descalzo. Bajo las escaleras y abro la puerta de la casa, que no es muy parecida a la mía verdadera. ¿Tengo un peluche entre mis brazos? Está borroso. Logro salir: nadie se ha percatado de mis sigilosos y delicados pasos de niño. En cuanto cruzo el umbral, una ráfaga gélida de aire entra y observo una calle desierta y nevada, aunque en ese momento no nieva. Se oye el rumor del viento rozando las esquinas de las casas y sus muros, y a veces silba. A pesar de que tengo un poco de frío, avanzo; eso sí: descalzo. La calle se prolonga recta y plana en una pequeña comunidad situada entre bosques y más arriba montañas. Yo me paro en medio de la calzada y contemplo esa línea confusa: la tierra está blanca y el cielo también. Es cierto que aparece algún verde de los pinos, pero el blanco es el color que reina. Igual que ahora. Tras contemplar ese paisaje níveo y silencioso, oigo una voz: es mi madre. Tranquila, me coge de la mano. Su preocupación es meterme en casa, y la mía, seguir mirando hacia el horizonte.

Después de muchos años, he crecido y aquí estoy: observando desde el séptimo el blanco del cielo y el blanco de la tierra, llenos de nieve; procurando asir la frontera entre ellos dos. Después de tantos años, miro y todo sigue blanco.


Óscar Santos Pradana

Pamplona, Navarra                  Febrero de 2015



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