Construcción
En un taller de Rabat,
Marruecos, Akim trabajaba en el proyecto más difícil que tuvo entre sus manos:
construir un autómata. Lo rodeaban artilugios que giraban y herramientas
colocadas muy ordenadamente en las estanterías. El muchacho sudaba por el
esfuerzo y secaba el sudor con un trapo. Cuando estaba
dentro del taller se concentraba en el autómata. Estando en ese clima que le exigía tanta concentración, allí entró su padre y le dijo:
- Akim, date prisa.
Recuerda: antes del Ramadán. Si no, con el ayuno no tendrás fuerzas para seguir
con el trabajo.
- De acuerdo, padre -dijo
sin quitarse las lentes y sin perder de vista un engranaje que manipulaba
concienzudamente.
Abdel Bari, su padre,
sonrió ante la concentración y las capacidades que Akim iba adquiriendo con el
paso del tiempo. Le chocó la mano en la espalda dos veces y le movió, quizá
intencionadamente. Akim se quejó pero siguió con su labor sin darle mayor
importancia. El padre se quedó en las escaleras que subían a la casa mientras
se reía y tosía. Al poco bajó Hana, la madre de Akim:
- Akim, llevas toda la
mañana encerrado en el taller -se acercó con cariño a su hijo y posó la mano
sobre él-. Sal y llama a Ibrahim y a los demás, anda. Así te despejarás un
poco.
Akim empezaba a cansarse de
trabajar, así que se separó del banco donde tenía todos los utensilios
matemáticamente colocados.
- Tienes razón, madre
-estiró los brazos, cerró los ojos con fuerza y bostezó-. No rendiré mucho si
me quedo tantas horas seguidas aquí.
- Ve a la cocina. Te he
preparado el desayuno para que cojas fuerzas.
- ¡Gracias, madre!
Akim acompañó ese
agradecimiento con una mirada simpática y fue corriendo a desayunar. A la vez
que veían cómo se iba, Abdil abrazó a su mujer y ella también a él.
- Qué hijo tan bueno
tenemos, Abdil Bari -ella posó la cabeza en su hombro.
- Tienes razón, Hana.
Tienes razón. Espero que le dé tiempo acabarlo antes del próximo mes.
Akim desayunaba mientras
sus hermanos pequeños formulaban muchas preguntas sobre el proyecto que tenía
entre manos. Les respondió de tal manera que se hicieran una idea de sus
progresos, pues si lo explicaba con los términos apropiados, no le entenderían.
Después de disfrutar del asombro de sus hermanos, cogió la cartera y el móvil y
se fue con sus amigos.
Akim corría por las calles
de Rabat y esquivaba a todas las personas hábilmente. El sol brillaba esa
mañana y hacía mucho calor. El mar también refulgía y ambos elementos
conformaban un paisaje marítimo y hermoso. Al rato se encontró con Ibrahim y
los otros en el lugar de siempre. Una vez que se refugiaron del sol en una
sombra fresca, empezaron a conversar:
- Tengo que hacer que
funcione, pero me falta una fuente de energía que lo mueva -expuso Akim a los
demás-. No puedo mantenerlo enchufado a la corriente eléctrica. No podría
moverse y ser útil al mismo tiempo.
- Entonces ponle una
batería, ¿no? -propuso Omar.
- No es tan sencillo. Las
baterías duran cada vez menos, hasta que dejan de funcionar -respondió Akim.
- Ese problema lo tenemos
todos, ¿eh, chicos? -repuso Ibrahim-. El ser humano viene con una sola batería
y cuando deja de latir, se acabó.
Se quedaron un momento
callados y todos rieron ante la profundidad de esas palabras, pero que no
encajaban en esa reunión.
-Seguro que encuentras una
solución, Akim -lo tranquilizó Ibrahim-. Si nos has construido un montón de
objetos que han funcionado, este también lo hará.
Pasaron un buen rato hasta
la hora de comer. Cada uno volvió a su casa y Akim continuó pensando en una
solución a su problema.
De vuelta, vio a un niño de
unos diez años que iba a cruzar la calle para coger una pelota. Un coche iba
hacia él sin verlo por culpa de un contenedor puesto en un lugar fatal
escogido.
-¡Cuidado! -gritó el padre
del muchacho.
Akim observó la situación
angustiado, como los otros transeúntes. El padre corrió hasta llegar a él y lo
asió totalmente. El coche pasó de largo por poco y no hubo heridos. El chico
fue reñido seriamente por su imprudencia y Akim se fijó en cómo el padre lo
abrazó con una rodilla hincada en el suelo. Ambos lloraban juntos, como si el
padre salvase al hijo de las garras de la muerte gracias a la fuerza de su
abrazo.
Después de esa experiencia
y de un rato de paseo Akim llegó a casa y su padre lo recibió. Por los ojos de
Akim asomaban algunas lágrimas preparadas para saltar en cualquier momento y
envolvió a Abdila con sus brazos. Este, con gesto de sorpresa, hizo lo mismo y
lloró. No hicieron falta palabras. Sencillamente se dieron un abrazo.
La comida transcurrió
apacible y llena de temas muy interesantes y divertidos. Bahir, Hayat y Muhya,
los pequeños de la familia, comían y hablaban mucho. Los padres se reían por
sus ocurrencias y Akim se divertía ideando nuevos proyectos.
- Lo siguiente será un
monopatín que sirva para deslizarse por encima del agua.
- Te pareces tanto a tu
padre, hijo -le dijo Hana mientras le sonreía-. ¿Sabes cómo llamaban a tu
padre, Akim?
-¿Cómo? -preguntaron
intrigados los cuatro hermanos.
Abdil tomó la palabra:
- Entre mis amigos
especialmente, pero también en todo Marruecos, me llamaban el constructor de
invenciones. A cualquier persona que me explicaba su necesidad yo le cosntruía
un invento que le fuese de ayuda.
- ¿Podías ayudarles en
todo, papa? -preguntó Hayat inocentemente.
Abdil y Hana se quedaron en
silencio un rato algo cabizbajos y se miraron disimuladamente, pero no lo
hicieron muy bien. La madre de la familia cambió de conversación:
- Bueno, vuestro padre no
puede construir algo que cocine tan bien como vuestra madre -se levantó y tomó
unos pastelillos-. Así que, ¿quién quiere probarlos?
Los pequeños levantaban el
plato con ganas por ser los primeros en servirse el postre, pero Abdil puso
orden en sus modales. Cuando terminaron de comer, Akim fue al taller, aunque
antes de entrar agradeció la comida a Hana con un beso. Se introdujo en su área
de trabajo y cerró la puerta.
"Antes del
Ramadán", dijo su padre. Aquel límite le apremiaba, por lo que Akim
aceleró el ritmo. Durante varias horas, recopiló los tornillos que le hacían
falta con un trapito en la mano para que no se le cayeran entre los dedos.
Después, manipuló algunas piezas de metal con el soldador y las unió según
convenía a su obra. En las siguientes dos horas trabajó engrasando los engranajes
y juntándolos unos con otros. Por fin, empezó a unir todos los elementos y
componentes de su obra: las piernas y sus hilos de tela, la cadera
complejamente estructurada, el torso de placas metálicas y livianas, los brazos
articulados y las manos y la cabeza aún pendiente de pulir y rematar. Todo eso
quedó perfectamente unido y encajado. Accionó un brazo moviendo unos hilos por
detrás del torso y funcionaba sin hacer tanto esfuerzo como pensaba que iba a
requerirse. Akim se alejó unos dos pasos de su invención y lo contempló. Al
principio no le convenció el aspecto que tenía: daba un poco de miedo. Pero
aparte de eso, estaba satisfecho. Solo era necesaria la fuente del movimiento,
la energía.
No tardó en idear la
solución: acoplar a la espalda y al pecho del autómata placas solares y
térmicas adaptadas a su relieve. Así funcionaría y estaría listo antes del
Ramadán. Akim había conseguido las piezas y todo lo necesario por muy poco
dinero, aunque era de buena calidad. Como todavía quedaba muchísimo dinero en
el fondo destinado al proyecto, las placas solares estaban dentro del
presupuesto que le pasaron a Abdil sus amigos de la mezquita.
Akim subió las escaleras
encantado por haber terminado prácticamente el trabajo.
- ¡Padre! ¡Padre! ¡Mira,
está casi terminado!
- Tu padre no está, Akim
-contestó Hana.
- Tengo que ir a verle.
¡Casi he acabado! ¿Dónde está?
Hana arrugó el rostro con
cara de pena, aunque intentaba disimularla. Estaba inquieta y nerviosa.
- Madre, ¿dónde está?
-preguntó Akim sin percatarse bien de la situación por la euforia de su
trabajo.
- Está en la mezquita
orando.
- Iré a verle.
- Será mejor que lo
esperes. Ha ido con antiguos amigos a la mezquita del otro barrio. Además, ya
es tarde para que pulules por ahí fuera.
- Mamá, tengo diecisiete
años...
- ¡No hay nada de lo que
discutir! ¡¿Me has oído?! -gritó Hana con gran dureza.
Esa actitud y ese grito
extrañaron mucho a Akim. Pensó que ella había tenido un mal día, por lo que la
invitó a ver el trabajo. Entraron en el taller y le enseñó con alegría cómo
funcionaba todo según había planeado. Hana miraba encantada la obra de su hijo,
pero esta vez Akim sí se percató de que su madre estaba llorando, aunque se
esforzaba por no mostrarlo.
- Madre, ¿qué te ocurre?
Fue junto a ella y la
consoló acariciándola. Ella no pudo retener más las lágrimas.
- Hijo mío... hijo mío...
No creyó oportuno
preguntarle por qué lloraba. Se quedaron juntos un rato entre la oscuridad de
aquel taller y el olor a metal fundido.
Por la noche llegó Abdil.
La mesa estaba ya puesta por los hermanos y la comida preparada por Hana. La
cena duró más que cualquier otra que Akim recordase, pero se le hizo muy corta.
Abdil estaba especialmente cariñoso con Hana, besándola en la mejilla y en la
cabeza. Ella también le mimaba pero en ocasiones miraba al suelo. Akim notó a
su padre muy alegre y vivaracho. Sonreía y hacía chistes graciosísimos. Todos
se reían, incluso Hana no pudo aguantar la risa de algunas ocurrencias de Abdil
Bari.
Akim le enseñó a su padre
el autómata. Le contó su idea de acoplar placas solares térmicas, más potentes
que las meramente solares. Mientras Akim hablaba, a Abdil parecía importarle
bien poco el autómata. Miraba a su hijo y le escuchaba atentamente, gozándose en
la inteligencia y la maña que él había heredado.
- Escucha, Akim -habló el
padre después de la explicación de su hijo-, mañana pasaré por algunas
fábricas, así que me llevaré el autómata y yo terminaré de montarlo.
- De acuerdo, padre.
Y la familia se fue a
dormir, menos Abdil.
Al día siguiente, Akim se
levantó. Quedaba un día para el Ramadán. Fue rápido a tomar el desayuno, pero
se encontró con Hana tirada en el suelo. Lloraba desconsoladamente. Sus tres
hermanos también lloraban aunque sin saber por qué. El rostro de Akim se llenó
de confusión y tomó a su madre en brazos. Miró al frente. La televisión estaba
encendida. Anunciaba un atentado.
Óscar Santos Pradana
Óscar Santos Pradana
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