jueves, 25 de mayo de 2017

Construcción

Construcción
En un taller de Rabat, Marruecos, Akim trabajaba en el proyecto más difícil que tuvo entre sus manos: construir un autómata. Lo rodeaban artilugios que giraban y herramientas colocadas muy ordenadamente en las estanterías. El muchacho sudaba por el esfuerzo y secaba el sudor con un trapo. Cuando estaba dentro del taller se concentraba en el autómata. Estando en ese clima que le exigía tanta concentración, allí entró su padre y le dijo:

- Akim, date prisa. Recuerda: antes del Ramadán. Si no, con el ayuno no tendrás fuerzas para seguir con el trabajo.
- De acuerdo, padre -dijo sin quitarse las lentes y sin perder de vista un engranaje que manipulaba concienzudamente.

Abdel Bari, su padre, sonrió ante la concentración y las capacidades que Akim iba adquiriendo con el paso del tiempo. Le chocó la mano en la espalda dos veces y le movió, quizá intencionadamente. Akim se quejó pero siguió con su labor sin darle mayor importancia. El padre se quedó en las escaleras que subían a la casa mientras se reía y tosía. Al poco bajó Hana, la madre de Akim:

- Akim, llevas toda la mañana encerrado en el taller -se acercó con cariño a su hijo y posó la mano sobre él-. Sal y llama a Ibrahim y a los demás, anda. Así te despejarás un poco.

Akim empezaba a cansarse de trabajar, así que se separó del banco donde tenía todos los utensilios matemáticamente colocados.

- Tienes razón, madre -estiró los brazos, cerró los ojos con fuerza y bostezó-. No rendiré mucho si me quedo tantas horas seguidas aquí.
- Ve a la cocina. Te he preparado el desayuno para que cojas fuerzas.
- ¡Gracias, madre!

Akim acompañó ese agradecimiento con una mirada simpática y fue corriendo a desayunar. A la vez que veían cómo se iba, Abdil abrazó a su mujer y ella también a él.

- Qué hijo tan bueno tenemos, Abdil Bari -ella posó la cabeza en su hombro.
- Tienes razón, Hana. Tienes razón. Espero que le dé tiempo acabarlo antes del próximo mes.

Akim desayunaba mientras sus hermanos pequeños formulaban muchas preguntas sobre el proyecto que tenía entre manos. Les respondió de tal manera que se hicieran una idea de sus progresos, pues si lo explicaba con los términos apropiados, no le entenderían. Después de disfrutar del asombro de sus hermanos, cogió la cartera y el móvil y se fue con sus amigos.

Akim corría por las calles de Rabat y esquivaba a todas las personas hábilmente. El sol brillaba esa mañana y hacía mucho calor. El mar también refulgía y ambos elementos conformaban un paisaje marítimo y hermoso. Al rato se encontró con Ibrahim y los otros en el lugar de siempre. Una vez que se refugiaron del sol en una sombra fresca, empezaron a conversar:

- Tengo que hacer que funcione, pero me falta una fuente de energía que lo mueva -expuso Akim a los demás-. No puedo mantenerlo enchufado a la corriente eléctrica. No podría moverse y ser útil al mismo tiempo.
- Entonces ponle una batería, ¿no? -propuso Omar.
- No es tan sencillo. Las baterías duran cada vez menos, hasta que dejan de funcionar -respondió Akim.
- Ese problema lo tenemos todos, ¿eh, chicos? -repuso Ibrahim-. El ser humano viene con una sola batería y cuando deja de latir, se acabó.

Se quedaron un momento callados y todos rieron ante la profundidad de esas palabras, pero que no encajaban en esa reunión.

-Seguro que encuentras una solución, Akim -lo tranquilizó Ibrahim-. Si nos has construido un montón de objetos que han funcionado, este también lo hará.

Pasaron un buen rato hasta la hora de comer. Cada uno volvió a su casa y Akim continuó pensando en una solución a su problema.

De vuelta, vio a un niño de unos diez años que iba a cruzar la calle para coger una pelota. Un coche iba hacia él sin verlo por culpa de un contenedor puesto en un lugar fatal escogido.

-¡Cuidado! -gritó el padre del muchacho.

Akim observó la situación angustiado, como los otros transeúntes. El padre corrió hasta llegar a él y lo asió totalmente. El coche pasó de largo por poco y no hubo heridos. El chico fue reñido seriamente por su imprudencia y Akim se fijó en cómo el padre lo abrazó con una rodilla hincada en el suelo. Ambos lloraban juntos, como si el padre salvase al hijo de las garras de la muerte gracias a la fuerza de su abrazo.

Después de esa experiencia y de un rato de paseo Akim llegó a casa y su padre lo recibió. Por los ojos de Akim asomaban algunas lágrimas preparadas para saltar en cualquier momento y envolvió a Abdila con sus brazos. Este, con gesto de sorpresa, hizo lo mismo y lloró. No hicieron falta palabras. Sencillamente se dieron un abrazo.

La comida transcurrió apacible y llena de temas muy interesantes y divertidos. Bahir, Hayat y Muhya, los pequeños de la familia, comían y hablaban mucho. Los padres se reían por sus ocurrencias y Akim se divertía ideando nuevos proyectos.

- Lo siguiente será un monopatín que sirva para deslizarse por encima del agua.
- Te pareces tanto a tu padre, hijo -le dijo Hana mientras le sonreía-. ¿Sabes cómo llamaban a tu padre, Akim?
-¿Cómo? -preguntaron intrigados los cuatro hermanos.
Abdil tomó la palabra:
- Entre mis amigos especialmente, pero también en todo Marruecos, me llamaban el constructor de invenciones. A cualquier persona que me explicaba su necesidad yo le cosntruía un invento que le fuese de ayuda.
- ¿Podías ayudarles en todo, papa? -preguntó Hayat inocentemente.
Abdil y Hana se quedaron en silencio un rato algo cabizbajos y se miraron disimuladamente, pero no lo hicieron muy bien. La madre de la familia cambió de conversación:
- Bueno, vuestro padre no puede construir algo que cocine tan bien como vuestra madre -se levantó y tomó unos pastelillos-. Así que, ¿quién quiere probarlos?

Los pequeños levantaban el plato con ganas por ser los primeros en servirse el postre, pero Abdil puso orden en sus modales. Cuando terminaron de comer, Akim fue al taller, aunque antes de entrar agradeció la comida a Hana con un beso. Se introdujo en su área de trabajo y cerró la puerta.

"Antes del Ramadán", dijo su padre. Aquel límite le apremiaba, por lo que Akim aceleró el ritmo. Durante varias horas, recopiló los tornillos que le hacían falta con un trapito en la mano para que no se le cayeran entre los dedos. Después, manipuló algunas piezas de metal con el soldador y las unió según convenía a su obra. En las siguientes dos horas trabajó engrasando los engranajes y juntándolos unos con otros. Por fin, empezó a unir todos los elementos y componentes de su obra: las piernas y sus hilos de tela, la cadera complejamente estructurada, el torso de placas metálicas y livianas, los brazos articulados y las manos y la cabeza aún pendiente de pulir y rematar. Todo eso quedó perfectamente unido y encajado. Accionó un brazo moviendo unos hilos por detrás del torso y funcionaba sin hacer tanto esfuerzo como pensaba que iba a requerirse. Akim se alejó unos dos pasos de su invención y lo contempló. Al principio no le convenció el aspecto que tenía: daba un poco de miedo. Pero aparte de eso, estaba satisfecho. Solo era necesaria la fuente del movimiento, la energía.

No tardó en idear la solución: acoplar a la espalda y al pecho del autómata placas solares y térmicas adaptadas a su relieve. Así funcionaría y estaría listo antes del Ramadán. Akim había conseguido las piezas y todo lo necesario por muy poco dinero, aunque era de buena calidad. Como todavía quedaba muchísimo dinero en el fondo destinado al proyecto, las placas solares estaban dentro del presupuesto que le pasaron a Abdil sus amigos de la mezquita.

Akim subió las escaleras encantado por haber terminado prácticamente el trabajo.

- ¡Padre! ¡Padre! ¡Mira, está casi terminado!
- Tu padre no está, Akim -contestó Hana.
- Tengo que ir a verle. ¡Casi he acabado! ¿Dónde está?

Hana arrugó el rostro con cara de pena, aunque intentaba disimularla. Estaba inquieta y nerviosa.

- Madre, ¿dónde está? -preguntó Akim sin percatarse bien de la situación por la euforia de su trabajo.
- Está en la mezquita orando.
- Iré a verle.
- Será mejor que lo esperes. Ha ido con antiguos amigos a la mezquita del otro barrio. Además, ya es tarde para que pulules por ahí fuera.
- Mamá, tengo diecisiete años...
- ¡No hay nada de lo que discutir! ¡¿Me has oído?! -gritó Hana con gran dureza.

Esa actitud y ese grito extrañaron mucho a Akim. Pensó que ella había tenido un mal día, por lo que la invitó a ver el trabajo. Entraron en el taller y le enseñó con alegría cómo funcionaba todo según había planeado. Hana miraba encantada la obra de su hijo, pero esta vez Akim sí se percató de que su madre estaba llorando, aunque se esforzaba por no mostrarlo.

- Madre, ¿qué te ocurre?
Fue junto a ella y la consoló acariciándola. Ella no pudo retener más las lágrimas.

- Hijo mío... hijo mío...

No creyó oportuno preguntarle por qué lloraba. Se quedaron juntos un rato entre la oscuridad de aquel taller y el olor a metal fundido.

Por la noche llegó Abdil. La mesa estaba ya puesta por los hermanos y la comida preparada por Hana. La cena duró más que cualquier otra que Akim recordase, pero se le hizo muy corta. Abdil estaba especialmente cariñoso con Hana, besándola en la mejilla y en la cabeza. Ella también le mimaba pero en ocasiones miraba al suelo. Akim notó a su padre muy alegre y vivaracho. Sonreía y hacía chistes graciosísimos. Todos se reían, incluso Hana no pudo aguantar la risa de algunas ocurrencias de Abdil Bari.

Akim le enseñó a su padre el autómata. Le contó su idea de acoplar placas solares térmicas, más potentes que las meramente solares. Mientras Akim hablaba, a Abdil parecía importarle bien poco el autómata. Miraba a su hijo y le escuchaba atentamente, gozándose en la inteligencia y la maña que él había heredado.

- Escucha, Akim -habló el padre después de la explicación de su hijo-, mañana pasaré por algunas fábricas, así que me llevaré el autómata y yo terminaré de montarlo.
- De acuerdo, padre.

Y la familia se fue a dormir, menos Abdil.

Al día siguiente, Akim se levantó. Quedaba un día para el Ramadán. Fue rápido a tomar el desayuno, pero se encontró con Hana tirada en el suelo. Lloraba desconsoladamente. Sus tres hermanos también lloraban aunque sin saber por qué. El rostro de Akim se llenó de confusión y tomó a su madre en brazos. Miró al frente. La televisión estaba encendida. Anunciaba un atentado.

Óscar Santos Pradana


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